A partir de la presidencia colombiana de Andrés Pastrana, es decir desde el año de 1998, tanto el gobierno nacional, como el sector privado dedicado al renglón exportador, vienen perfeccionando campañas y estrategias publicitarias con el fin de mejorar la imagen de Colombia en el exterior.
Palabras más, palabras menos, se trata de destacar los símbolos patrios en el exterior, y la vida y obra de importantes personalidades de la farándula colombiana, para enviar el mensaje de que Colombia tiene un “lado positivo”, que supera con creces el “lado negativo”. Éste último dado por la coyuntura social y de violencia que venimos padeciendo desde que fuimos “descubiertos y conquistados” por la corona española.
La teoría de estas campañas es que al mejorar la percepción que se tiene de nuestro país en el exterior, seremos mejor tratados, o menos discriminados, por nuestra nacionalidad y origen, por una parte. Y por otra parte, se supone que así se incentiva la inversión extranjera en nuestro país, mejorando por ende, nuestras posibilidades de desarrollo económico.
No hay día en que en alguno de los noticieros colombianos, especialmente los del medio día, se destaquen los logros de algún futbolista en el exterior, o la última “pole position” de Juan Pablo Montoya” en la Fórmula Uno. Asimismo se destacan con creces los jugosos y millonarios contratos firmados por Shakira, Juanes o Carlos Vives con alguna disquera internacional. El remate perfecto lo constituyen nuestras mujeres mutantes de silicona e implantes de otros géneros que triunfan como modelos o protagonistas de algún culebrón mexicano o venezolano, en coproducción con alguna empresa masiva de medios latinos en los Estados Unidos.
Que los personajes famosos y de farándula, y su vida personal y pública, llamen la atención del público, y por tanto, tengan un alto impacto en los estudios de sintonía (ratings) no es nada nuevo, ni aquí, ni en país alguno del exterior.
Si lo es en cambio, que la estrategia nacional para reafirmar nuestra identidad cultural y nacional en el exterior se base en los logros individuales de estas celebridades. Más dudoso aún es, si dicha estrategia realmente logra alterar positivamente la percepción mundial sobre Colombia como para incidir de manera positiva en nuestros gravísimos problemas internos.
Para medir el éxito de esta estrategia, habría que preguntarse si los miles de colombianos y colombianas en el exterior, han notado un cambio positivo cuando les muestran su pasaporte a las autoridades migratorias extranjeras. O indagar si los procedimientos para obtener la visa para viajar a los Estados Unidos o Europa son menos engorrosos ahora que en el pasado. También valdría la pena preguntarse si la economía colombiana ha crecido a consecuencia de estas estrategias publicitarias, o más bien por las reformas económicas internas y facilidades y normas para la protección de la inversión extranjera.
Supongamos por un momento el caso contrario, es decir, que los demás países estuvieran compitiendo entre sí, por dar una buena imagen de si mismos dentro de Colombia. Supongamos, por ejemplo, que el gobierno de George Bush quisiera mejorar la imagen de nación dominante y preponderante de los Estados Unidos. Para lograrlo traería a Mickey Mouse, quizás al gobernador “Terminator” de California, Arnold Schwarzenegger, y quizás también traería a Britney Spears de gira por Colombia. No hay duda de que sería un evento mediático y publicitario contundente. Pero unos días después de la euforia, ¿cambiaría eso nuestra percepción de rechazo a nuestra nacionalidad? Y más importante aún, ¿cambiaría la situación migratoria?, acaso, ¿el TLC sería una alternativa mejor?
Otro ejemplo podría ser el de España. Los reyes nos han “honrado” con sus visitas a Colombia más de una vez. ¿Se modifica nuestra percepción de que somos discriminados y maltratados los colombianos en Madrid en virtud de nuestra identidad cultural y nacional? ¿En qué afecta a los habitantes del barrio Ciudad Bolívar de Bogotá, o de Quibdó en el Chocó, o de donde sea, el número de visitas de las celebridades europeas?
Incluso la Reina Noor de Jordania estuvo en la zona de distensión del Caguán, cuando Pastrana negociaba el proceso de paz con Tirofijo. No dudamos que él, como muchos políticos colombianos, hizo contactos muy importantes para su agenda personal y para “valorizar” su propio apellido y a su propia familia. Pero al país, poco o nada le sirvieron la aprobación o reprobación del “jet set” mundial.
¿Será que en Frankfurt, Madrid, París o Londres, los oficiales migratorios asocian los símbolos patrios de nuestro pasaporte con Shakira, y eso facilita nuestro trato digno, o se basarán más bien en un alto índice de sospecha de que todo colombiano es una potencial mula del narcotráfico?
¿Será que las transacciones millonarias recientes asociadas con empresas como Avianca, nuestra aerolínea nacional por excelencia, o las de la multinacional cervecera Bavaria con Sab-Miller, o las de Telecom, o la empresa que sea, se gestaron porque al inversor le encantó el nuevo logo de Proexport que dice: “Colombia es pasión”?
Nadie pone en duda que somos un pueblo excepcional.
Pero, ¿a quién le importan nuestros logros colectivos o individuales, más allá del hecho anecdótico de farándula, más que a nosotros mismos?
Si lográramos derrotar a los grupos violentos, mejorar nuestra infraestructura de transportes, nuestra productividad, y por supuesto, derrotar los altísimos niveles de corrupción de nuestra clase política, entonces si podríamos gritar a los cuatro vientos lo pujantes que somos. E igualmente seguiríamos estando muy orgullosos de nuestra nacionalidad y origen, como ya lo somos.
La diferencia sería que a la nación colombiana le importaría un pito lo que pensaran de Colombia en el exterior, porque lo que seríamos en la realidad, dependería de los hechos, y no de nuestras maniobras artificiales para alterar la percepción externa sobre nuestra tragedia nacional.
Mientras tanto, toca seguir amando lo que ya somos como nación, con sus cualidades y defectos, y no lo que podríamos llegar a ser. Aceptar la realidad, por dura que sea, es el primer paso de cualquier tratamiento a nuestra autoestima lastimada.
Ojalá los medios masivos de comunicación colombianos comprendan algún día esta realidad, para que abandonemos la política del avestruz, o de la negación, y podamos emprender plenamente la solución a nuestros problemas nacionales más urgentes.
Mientras tanto, todavía existimos algunos colombianos con dolor de patria, que preferimos que en nuestra clase dirigente sean buenos estadistas y gobernantes, en vez de grandes publicistas y comunicadores sociales.
El proceso de inserción armónica en la comunidad mundial deberá partir de la realidad. Es como en el fútbol. Si Colombia estuviera en el mundial, y anotara un gol o varios, y quizás, ganara un partido importante, la fiesta en las calles sería desbordante y alucinante. Lo sería porque ganamos, y no porque algún extranjero nos vea el potencial de ser campeones.
Por eso algunos preferimos ser nacionalistas, y no publicistas…
¿Y usted qué opina?
miércoles, junio 07, 2006
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